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Los enemigos que nos quieren

Comer es un acto privado que le concierne solo a nuestra boca, paladar y estómago, pero también es un hecho social cuando adquiere nombres como desayuno, almuerzo y cena, donde siempre hay alguien con quien compartimos la mesa. Me recuerdo siempre comiendo solo (por mi trabajo almuerzo solo), pero mis mejores recuerdos son las comidas familiares en casa de mis abuelos.

Cuando en 2014 me propuse ser vegetariano supe que iban a haber inconvenientes (no es muy difícil levantar la vista del plato y ver qué come y no come el otro), así que preferí contárselo a mi familia. Algunos preguntaban por qué, si estaba mal de salud o con sobrepeso. Otros me decían que qué iba a comer. Mi abuela me preguntó, se preguntó, ¿ahora qué te serviré?


Soy padre, así que sé que una de las más grandes preocupaciones de una madre es la alimentación del hijo. Todos hemos sido perseguidos en la infancia por la mamá, cuchara con compota en la mano. Incluso de grandes, preguntas como ¿has comido? y ¿te estás alimentando bien? son exclusividad de ellas. Volverse vegetariano es también su preocupación. ¿De dónde sacarás la proteína?, te dicen con inusual profesionalismo.


Ver a un nutricionista se vuelve una obligación, comer mejor (como si fueras a la guerra o a estar en ayuno permanente) una sugerencia repetida por todo el que se entera. Privarse de un alimento –o de una familia de alimentos– es tan impopular como ser pobre. En mi infancia, una forma de decir que estábamos bien cuidados, era decir que teníamos qué comer y que había plata para comprar carne. La sopa de huesos y menudencias, las lentejitas viudas y el mismísimo arroz a lo pobre son hijos de la carencia. Nadie se ufana de no tener, de no poder, de no comer.


Decir “soy vegetariano” es presentarse con una prohibición a voluntad. Puedo pero no comeré carne. En mi familia este mensaje llegó hace unos años cuando una prima que vive en México se volvió vegetariana. Daniela es joven y su corazón está siempre con las causas justas. Debo decir que para mí fue una inspiración, que hablamos del tema antes de empezar mi nueva dieta y que me sirvió de mucho conocer su experiencia y la de otros vegetarianos.


Todos te ayudan a equilibrar tu menú, te aconsejan algunos alimentos y preparaciones acertadas. Pero ninguno te dice cómo lidiar con la mamá preocupada o la abuela protectora. Los enemigos de nuestro vegetarianismo suelen ser los que más nos quieren. Dicen que al corazón se llega por el estómago. Pues sepamos que las madres, tías y abuelas aprendieron a cocinar no por gusto o moda sino por amor.


Rechazar la carne o separarla del plato que ellas te sirven puede ser tanto como no devolver un abrazo. Yo estoy dispuesto a ser vegetariano siempre que pueda darme la licencia de contentar a quien me sirva una pierna de pollo como muestra de cariño. Ser vegetariano debería ser una elección no una prohibición, un extremismo. Solo se debe ser radical para devolver el cariño.


PS: Este año mi abuela tuvo un malestar que la llevó a hacer dieta. Ahora come menos carne y espero poder compartir con ella algunas recetas vegetarianas.

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